445. Hola pa, hoy se cumple otro año.
No me preguntes por mamá, no te podría
mentir y lo que tengo para contarte no creo que te gustará. Otro día quisiera
hablarte con más detalle cómo fueron los hechos que siguieron a tu último
latido, al rictus que te atravesó el pecho y te relajó la cara a tu partida. No
hoy, pero en otro momento te relataría sobre las acaloradas discusiones que tuve con
tus hijos, que ya habían venido vestidos de negro: de si sentías, de si
sufrías, de si convenía apurar el trámite para evitar pagar otra noche y encima
en vela. También, de cómo y en dónde enterrarte, con la feliz frase de Sergio
diciendo que si era por él, te dejaría tirado en la calle hasta que te comieran
los perros. Y de lo que siguió: la trampa en la que me hizo caer Sergio con el
pagaré de la AMIA. El rabino Goldberg, al que logré traer aun y a pesar de
estar él mismo en medio de su propio duelo por la muerte de su padre. Tu
velorio. Tu entierro.
[...]
De mi prohibición rotunda a que Klein
concurriera al día siguiente al cementerio para tu entierro, mientras yo
apoyaba las palmas de las manos sobre el Maguen David de la madera de tu cajón.
Fui categórico, no me tembló ni el pulso ni la voz, le aseguré que no lo
expulsarían los guardias sino que lo haría con mis propias manos, agarrándolo
de los pelos. No debo olvidarme del ataque de nervios de Analía en la explanada
del cementerio una vez que terminó la ceremonia. Quiso atacarme por la espalda,
a los golpes. La tuvieron que atar y amordazar. A falta de mamá, ella pudo reemplazarla
perfectamente en sus escenas locas, quedate tranquilo. También te contaría de
la ausencia y la traición desfachatada de tus grandes amigos, como Aisemberg y
Appelbaum. No sólo no fueron a tu entierro, luego te negaron con insistencia.
[...]
Sobre mamá, ya sabés que podés esperar
de todo. Ahora mismo está de novia con un señor de 90 años, quien le hace
mandados y otros servicios que requieren de dinero. Vos siempre lo decías: es
un amor, es adorable, es superinteligente. No hay duda, papá. Es una gran hija
de puta. Nunca preguntó por vos ni te fue a visitar. Nunca derramó una sola
lágrima en tu memoria, mucho menos una oración. En cuanto a tus hijos mayores,
los elegidos, los indagan en dos semanas y tal vez antes de fin de año, sean
procesados. El delito: estafa y administración fraudulenta. Sobre Sandra, sigue
igual, no puede consigo misma. Trató cuatro veces de acuchillarme por la
espalda, y Sergio terminó engañándola una y otra vez. Es que Sandrita no tiene
suerte ni para traicionar. Igual está enojada conmigo.
Pero…, ¿por qué
esa cara? Las cosas son como son y no como vos las quisiste hacer parecer.
Lamentablemente.
[...]
Te amo papá, te extraño tanto, que no
te podés llegar a imaginar. Cómo me hubiera gustado que vivieras aquí conmigo.
Te cuidaría, Lucía te cocinaría rico, le tomarías español a Emma, jugaríamos
picaditos con Andy y Juan e iríamos a verlos todos los fines de semana a jugar
a la pelota. Cómo me gustaría abrazarte fuerte, festejar a grito pelado por
cada pelota de ellos que cruzara la línea de meta y se estrellara contra las
redes impasibles de los arcos de
este pantano.
Chau, papá,
hasta la próxima carta. Que descanses…
Te lo merecés
igual.