martes, 23 de diciembre de 2014

119. En las aguas de aquel lago enviciado.





Éramos unos cuatrocientos competidores los que pertenecíamos al mismo grupo de edad. La desesperación y el alboroto de todos los que intentaban hundir su cuerpo en el agua habían roto la paz del sedimento que descansaba entre verdoso y anaranjado en el fondo del lago. El agua batida removía el barro, que desprendía un olor putrefacto, como a azufre de riacho contaminado. No se veía nada. Cuando ya los brazos tenían que hacer su trabajo para mantenerme a flote, tuve que sacarme algas y ramas de la cara y del cuello. A pesar de haber escupido, enjuagado y lamido los cristales de las antiparras para que no se empañaran, en cuanto saqué el cuello del agua para hacerme una composición de lugar, no logré divisar las boyas amarillas que marcaban el camino a seguir.

Estaba raro el ambiente en esas aguas. Temía por una extraña tranquilidad que escondiera algo traicionero. Había demasiadas embarcaciones de lanchas y kayaks sobre el costado izquierdo. Muchos guardavidas nos miraban expectantes con la certeza de que algo malo no tardaría en sucedernos. Me costaba avanzar, lograr que mis brazos traccionaran el agua hacia atrás. Sentía vaciar el océano en cucharitas de café. Comencé a correrme lo más rápido que pude hacia el costado contrario a las boyas. Si no me quitaba del camino, los grupos que largaron algunos minutos más tarde que yo, pronto me pasarían por arriba. Igual, no era fácil mantenerme alejado sobre la derecha. En esta carrera el truco no funcionaba. Había gente por todos lados. Nadie veía realmente por dónde debía ir. Así es que comencé a ver a muchos nadadores que empezaron a asustarse y a pedir auxilio con las manos. Incluso, hubo algunos con ataques de pánico.

Observé la costa, estaba lejos. Me dio vértigo. Un árbitro arriba de un kayak notó mi mirada y me gritó desaforado, como un soldado atacando una colina de enemigos: “You are half way through. Looking good, come on. Do not even think on quitting, just keep going!”

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