martes, 9 de diciembre de 2014

71. Esperábamos en el living de un departamento.



Desde chico, yo acompañaba a mi papá a visitar al rabino Mitón. Se decía que hacía milagros y veía lo que nadie podía ver. Era un rabino muy exclusivo y sólo un círculo reducido accedía a él. La primera vez que fuimos a verlo pretendía haber recibido la revelación divina sobre el lugar en donde mantenían secuestrado a un chico de diez años. Los padres también estaban ahí, desesperados y dispuestos a lo que fuera. Al día siguiente apareció su cuerpo sin vida, a tres mil kilómetros del lugar marcado por el rabino en un mapa. Para que Mitón te atendiera, había que estar altamente recomendado y además debías hacerle una enorme donación de dinero para las obras de caridad que él lideraba. Mientras todos esperábamos su audiencia sentados en los sofás del living de recepción, teníamos que mirar un video en el que presentaban las aventuras filantrópicas del rabino. Hoy Mitón ya no es tan exclusivo; todos los políticos y empresarios, judíos y no judíos, que quieren saber si sus gestiones o inversiones funcionarán, buscan el visto bueno, la declaración de kashrut de este gran maestro. El tipo mezcla cosas de la Kabbalah y hace numerología con nombres, fechas y otros datos de las personas que acuden a él. Hasta la presidenta de la nación lo consultó, entre otras cosas, sobre la salud de su esposo antes de que éste muriera apenas quince días más tarde. También mi hermano Sergio lo consultó por su infertilidad, y Mitón lo obligó a ponerse las bolas de un toro virgen sobre su prominente pelada, a modo de turbante, y a caminar diariamente dos horas bajo el sol del mediodía durante toda la primavera porteña. Lo hizo, y cada día veíamos a Sergio caminar sudoroso y con las bolas del Red Heifer en la cabeza. No logró tener hijos.

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