martes, 2 de diciembre de 2014

90. Un rojo más denso.



Sentí de pronto una sed interminable y no dudé en vaciar lo que quedaba en aquellas botellas en mi garganta. Luego, terminé de arrojar cada una de las prendas que llevaba puestas. No me importaba nada. Desaté el pañuelo de la cabeza y me lo anudé en el cuello. Estaba totalmente desnudo, parado sobre uno de los bordes de la piscina. A las inspectoras esto las provocaba y me esperaban desafiantes formadas una al lado de las otra, arrojándose entre ellas aquel líquido tan rojo y tan púrpura a la vez. Se besaban y se mordisqueaban entre ellas. Compartían sus lenguas plenas de alcohol y se relamían los pechos de manera alternada para de inmediato propinarse secos cachetazos mojados, mostrando qué jurisdicción era la que mandaba, quién de ellas tenía más poder. Tampoco me importaba ocultar la erección que tenía entre mis piernas. Decidí quitarme también el pañuelo que llevaba al cuello y me hice un fuerte torniquete en la base del pene inflamado. La sangre ignoraba la contención y fluía para llenar los tejidos cavernosos. Ellas también habían perdido el control y me ordenaron que me arrojara de una vez al estanque para mostrarles y entregarles lo que les correspondía antes de que se arrepintieran y tuvieran que tomar medidas coercitivas.


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